“Algunas personas piensan que de las cosas malas y tristes es mejor olvidarse. Otras personas creemos que recordar es bueno; que hay cosas malas y tristes que no van a volver a suceder precisamente por eso, porque nos acordamos de ellas, porque no las echamos fuera de nuestra memoria”. Graciela Montes (El golpe y los chicos)
El 24 de marzo no solo es un día para pensar y reflexionar sobre la dictadura militar que devastó nuestro país entre los años 1976 y 1983, sino que además, es imprescindible abordar este tema desde la responsabilidad que tenemos los bibliotecarios; como profesionales que organizan y difunden saberes y discursos. Lo cual nos lleva a repensar el rol que nos cabe como actores sociales y políticos de la sociedad.
Durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se llevó a cabo una de las mayores acciones de censura de los derechos humanos que se hayan conocido en el país: suspensión de todos los partidos políticos, persecución a militantes, desaparición de personas, asesinatos, encarcelamientos, torturas, entre otras.
Además, los ámbitos culturales y educativos, inherentes a la actividad bibliotecaria, fueron controlados, violentados e intervenidos.
Por eso hablar de bibliotecas en tiempos de dictaduras implica hablar de libros escondidos, destruidos o desaparecidos. Pero, sobre todo, implica hablar de autores que no los escribieron, de lectores que no los encontraron o que por una cuestión personal prefirieron no buscarlos. Es decir, hablamos de palabras y reflexiones que se truncaron.
¿Cuáles fueron las intenciones, los métodos y las acciones para llevar a cabo semejante censura cultural?
Luego de la restauración de la democracia debieron pasar muchos años para que el tema de la censura cultural comience a formar parte de nuestra agenda.
Hay documentos e investigaciones que dan testimonio sobre el tema y los motivos que hubo, denuncian la existencia de la “Operación Claridad” donde en “Los archivos de la represión cultural” queda clara la existencia de un macabro plan sistemático de desaparición no solo de personas, sino también de símbolos, discursos, imágenes y tradiciones.
El intentar encontrar a las personas que aún permanecen desaparecidas no dejó demasiado tiempo para investigar más a fondo esto. Pero tal vez debamos ser nosotros, los bibliotecarios y educadores, los que nos ocupemos de encontrar los libros que no están, intentar saber qué les pasó a los lectores de lecturas cercenadas, a los escritores acallados por el miedo y la prohibición.
Por eso desde la Biblioteca Pública De Las Misiones recomendamos dos libros imprescindibles e importantísimos para recuperar la memoria y el estudio de estos temas como son: el de Hernán Invernizzi y Judith Gociol (Un golpe a los libros, 2001) y el de Gabriela Pesclevi (Libros que muerden, 2014)
En estos libros está bien claro como el régimen militar, que no sólo utilizó la desaparición física, la tortura y la persecución para eliminar a los “enemigos”, sino que también buscó destruir su universo simbólico en un intento de destierro total.
La biblioteca contribuye cada día a preservar ese universo simbólico que, de otro modo se perdería y cumplimos con una de las tareas más nobles que es la de acercar, gratuitamente, mundos y fantasías a todo aquel que se anime a abrir un libro y adentrarse en él.
Bibliotecario: Rafael Farquharson